La reforma protestante en el siglo XVI surgió como resultado de la distorsión del evangelio prevaleciente por parte de la institución católica romana y lo que siguió de ello. Este falso evangelio de la justicia basada en las obras despertó a gigantes dormidos como Julianillo, Constantino Ponce de la Fuente, Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera, entre otros, para trabajar en la reforma de la iglesia mediante la clara enseñanza de la Palabra de Dios. Aunque podemos celebrar lo que logró esa reforma en términos de la recuperación del evangelio bíblico, la iglesia continúa viendo varias distorsiones prominentes del evangelio en la actualidad, no solo en términos de la doctrina de la salvación, sino en términos de cómo la Palabra de Dios se relaciona a todos los aspectos de la vida. Por esta razón, la iglesia necesita continuamente ser reformada a la enseñanza de la Palabra de Dios. Hay un llamado a la reforma, para llevar la Palabra de Dios al lugar que le corresponde en nuestras vidas, como nuestra máxima autoridad. Ese espíritu reformacional, ese celo piadoso, para mantener a la iglesia fiel a su Dios y para declarar el evangelio por todas partes, debe ser nuestro espíritu y nuestro celo. La iglesia necesita no solo desmantelar, sino purgar de su interior todos los sistemas del pensamiento caído, como la ilusoria división del sagrado y secular, toda forma de sincretismo religioso, y defender la verdad bíblica de que Jesús es el Señor de todo. La necesidad de reforma es aún mayor en el contexto latinoamericano considerando cómo la reforma protestante fue interrumpida por la Inquisición española, pero Dios está trabajando en Su iglesia hoy en día, para hacer que la verdad sea más clara para que todos vean, oigan y crean, y que nuestro testimonio en nuestro mundo oscuro sea más brillante que nunca. ¡Dios está trabajando y debemos responder!